martes, 19 de julio de 2011

¿Por qué leer a Chéjov cuando nadie te apunta con un arma? 3

Zonas de incertidumbre

          Hay una manera lineal de afrontar la vida, que además es la más común en nuestra civilización, ya casi única, que consiste en abordarla como un comienzo con un entrenamiento y cierto augurios, buenos o malos, que pasa a una segunda fase donde el protagonista en la lucha por conseguir sus objetivos pone en juego todos sus recursos para, por último, conseguirlos y ser feliz. O por contra fracasar y no serlo. Planteamiento, nudo y desenlace. Comedia y tragedia. La vida queda redonda, acabada y su éxito o fracaso desprenden atributos morales.




          Chéjov, por contra, se plantea sus relatos como escritos desde el más allá de esa linealidad. Supongamos que ya hemos muerto, supongamos que ya ha llegado el apocalípsis, supongamos que la infancia, la madurez, la miseria, la gloria, la misma muerte, son sólo vida, partes inarticuladas de un todo que no encaja, que no tiene una finalidad, y por tanto carecen de valor doctrinal o ejemplificador, que tienen valor por sí mismas y que eso nos descubre dimensiones nuevas, crudas, contundentes, a veces inaceptables para nuestra conciencia.


          Eso es Chéjov, un escritor después de un apocalípsis moral, más allá de la moral, más allá del pensamiento, una vez superado el prejuicio de que el mundo tenía que parecerse a algo que nos gustara o disgustara y el escrúpulo de que el relato se aviniera a reducirlo a nuestro estrecho criterio, sea este A o B. Seres que caminan entre las cenizas de su propia vida, que se mueven, más que avanzan, entre la inconsistencia, la incongruencia, la intranscendencia, la levedad, los clichés. Seres miserables que se afanan por salvar su pequeña verdad del gran cataclismo sin lograrlo del todo.


          Esta cuestión es palpitante en todos sus cuentos. Somos seres un poco perdidos en nuestras vidas, algunas llenas de estrecheces y miserias materiales ("Muzhiks-Campesinos"), algunos en su brillo académico y social ("Una historia aburrida"), otros enredados en su felicidad un poco boba, o en un complaciente cinismo, o bondadosa superioridad moral ("El pabellón número 6"), da igual, sobre todos los personajes se cierne una mirada atenta y comprensiva, una tierna compasión hacia su ingenuidad, hacia su egoísmo, su falta de agudeza mental, su agresividad o, incluso, su misma mezquindad.


          Una mirada que sólo se puede definir como el polo opuesto al desprecio. Y sobre todo al hecho de reconocerse como uno más y de reconocer a los demás como iguales. Homo sum, humani nihil a me alienum puto. En todos distinguimos su dimensión humana, en todas sus virtudes o taras encontramos un eco, hasta que dejamos de considerar su condición moral o filosófica o política de cosa mala o buena, virtud o defecto, positivo o negativo. Ningún relato suyo puede reducirse a una máxima o cuajar en una idea. Sus relatos sólo se pueden experimentar. Poseen tantos matices, algunos implícitos, que es imposible deslindarlos. No estamos allí para juzgarlos, estamos sólo, exclusivamente, para contemplarlos, diría incluso, para apreciarlos.


          Da un paso, más allá de la neutralidad moral del relato.


          Esta cuestión ha ahondado, golpea de lleno en la preocupación que me empujó a empezar escribir este blog. La duda como forma de comprensión, no de compresión. No se puede comprimir la experiencia e ir destilando ideas, es necesario ensanchar la mente y eso requiere paciencia, sensibilidad y momentos de ceguera, a veces, deslumbrante ceguera.


          El el último post dejé caer una frase que decía algo así como que para avanzar en el conocimiento es necesario crear ciertas zonas de incertidumbre, atarse los machos y soportar esa aceleración g por n, que es hacerse preguntas. Y cómo nos gusta acercar las manos al calor de la hoguera de los mitos, las certezas y las mentiras. Chéjov es ese momento de vivir y hacer preguntas sin caer en la tentación de cerrar la herida con lo primero que te venga a la cabeza. !Joder, toda la puta vida, por entero, es una zona de incertidumbre!, y tenemos que adaptar la vista e irnos acostumbrando. Es necesario, es crucial para vivir crear espacios de silencio, márgenes de maniobra fuera de las consignas, los juicios, los dogmas.


          Y esto es tan cierto cuando lo aplicamos a nuestras vidas, como a la acción política o a las artes y las ciencias. Para mirar más allá es necesario asomarse a un balcón con barandillas no muy seguras, sin tener muy claro qué es lo que uno va a encontrarse. Chéjov más que contar, parece que escucha. Ha desarrollado la facultad de escuchar cómo transcurre la vida por sus personajes. Esa escucha, esa paciencia, esa capacidad para esperar lo inesperado, para ver el giro imprevisible del curso de su vida, casi nunca sublime, es Chéjov.

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